Así empezamos (I)

Desde siempre he querido hacer cosas para niños. O mejor dicho, desde que la fortuna me colocó en mi primer trabajo: una editorial infantil de mucho calado en España y con la que tuve la suerte de colaborar durante mis primeros años de vida laboral, compaginada con los estudios de publicidad. Y fue gracias a mi tío Manolo, hermano de mi madre y uno de los mejores vendedores que tenía la editorial, que consiguió que pasara una terrible entrevista (la primera que hacía en mi vida) ante uno de los hermanos propietarios de la firma.

En su departamento de dibujo aprendí que para los pequeños un elefante puede ser azul, o verde, o que un árbol puede ser rosa o morado, y no pasa nada.

Romper esa barrera que los adultos ponemos a la hora de interpretar el mundo fue una de las cosas más saludables que me han pasado nunca, algo así como una corriente de aire fresco que sacudió mi cerebro y mi preconcepción de las cosas que percibían los peques.

Cuando dejé la editorial de libros para niños (aunque también hacían juegos, no sólo libros), seguí colaborando en distintos proyectos infantiles como freelance. Y siempre con la ilusión y con la dedicación que me proporcionaba el hacer algo tan bonito y que ilusionaba a los peques de la casa.

Ver libros en los que había colaborado o que directamente había hecho enteros, en las estanterías o en las librerías de cualquier ciudad que visitaba, me hacía una ilusión enorme. Me henchía de orgullo.

Pasaron años, muchos, pensado en otras cosas, trabajando en otro tipo de empresas y asuntos que poco o nada tenían que ver con lo que en mi foro interno ansiaba: dedicar mi tiempo y esfuerzo a crear productos para niños.

El universo infantil nunca ha dejado de estar presente en mi cabeza.

 

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